Transformando una Yamaha Fazer 600 en una Cafe Racer
Lo que aprendimos por el camino y cómo sobrevivimos al proceso
Yo no tengo ni idea de motos. Ni me gustan. Pero mi marido no solo es un motero de pura cepa, sino que, además, es todo un friki. Y llevaba años con la ilusión de tener una Cafe Racer.
Ya la tiene. Recién homologada.
Pero ha sido un proceso muy largo, de muchos meses de duro trabajo. Porque la transformación se la ha currado él solito. Y sin tener ni idea de muchas de las cosas que había que hacer, pero con muy buena voluntad para aprender.
De todo eso hemos aprendido muchas cosas.
Digo “hemos” porque, aunque yo no he hecho nada más que escuchar y apoyar (y desesperarme en secreto), me he “comido” la dichosa transformación sin mandarlo a la porra (a lo mejor alguna vez sí, pero ya no importa).
Todo lo que te voy a contar son lecciones relacionados con la creatividad que hemos aprendido o recordado, de alguna u otra forma.
No vayamos a olvidar que esto es (o aspira a ser) una newsletter un tanto random sobre creatividad, entre otras cosas.
Por cierto, si no sabes qué es una Cafe Racer, luego te lo cuento. Pero espérate un poco, que pierdo el hilo. De momento, te dejo una foto del resultado final:
Creatividad y resolución de problemas
Mucha gente, cuando piensa en creatividad, piensa en arte y en cosas bonitas y originales, habitualmente como forma de expresión o con finalidades estéticas. Las artes plásticas se llevan la palma, pero esta forma de entender la creatividad se puede aplicar a todas las artes.
Sin embargo, desde mi humilde punto de vista, la faceta más importante de la creatividad tiene que ver con la resolución de problemas. Porque todos tenemos problemas que resolver, y no siempre tenemos las respuestas para ello.
Y cuando no tienes las respuestas te las tienes que inventar.
Inventar esas respuestas implica utilizar lo que tienes y, poco a poco, dar forma a la solución que necesitas. Es una búsqueda continua.
Ensayo y error.
Frustraciones y éxitos.
Problemas ha habido muchos en este proceso de transformación de la moto. Unos de tipo técnico. Otros, de tipo emocional. Y también alguno (vamos a llamarlo) relacional.
De los problemas de tipo técnico hemos aprendido varias cosas. De los demás, también.
Te los cuento (exprimiendo, me han salido diez).
1. Cuando ya no hay remedio no te queda otra que seguir adelante
Con la moto completamente desmontada, solo había dos opciones: solucionar los problemas o quedarse sin moto. Y si algo estaba claro es que queríamos la moto.
Él la necesitaba.
Yo necesitaba que la acabara de una vez, porque me estaba volviendo loca y no me daba la vida.
Es lo mismo que cuanto tocas fondo: no te queda más remedio que ascender (o ahogarte, y no es plan, si podemos evitarlo).
Para que te hagas una idea, así estaba la moto después de quitar “lo que sobraba”:
2. La solución más adecuada suele ser la más sencilla
Tendemos a pensar en soluciones complicadas para problemas complejos. Pero, en realidad, muchas veces las soluciones más simples son las que mejor funcionan (o las únicas).
Y si no, al menos tendremos un punto de partida para empezar. Para complicar las cosas siempre hay tiempo.
Ojo, que esto también se aplica a la búsqueda de información.
3. Los problemas complicados no siempre lo son tanto
Cuando das con la solución, sobre todo si es una solución sencilla, te das cuenta de que, en realidad, el problema no era tan complicado, que eras tú quien se había hecho una bola en la cabeza.
Tendemos a complicar y a dramatizar más de la cuenta. Tengo varias teorías para esto, pero las dejo para otra ocasión.
La cuestión es, ¿qué pasa con los problemas que son realmente complicados?
A eso voy.
4. Los grandes problemas, como los elefantes, se comen por partes
Aunque ya te he hecho spoiler, sigo como si no hubiera dicho nada.
—¿Cómo te comes un elefante?
—Es imposible comerse un elefante. Es muy grande.
—Sí, es posible: por partes.
En realidad, para comerse un elefante y para comerse una vaca hay que hacer lo mismo: trocearlos.
Sin embargo, la solución no es tan obvia cuando se trata de una animal que, por lo general, imaginas feliz y tranquilo en la sabana o en la selva, o un poco más agobiado en el zoológico o en el parque temático de turno.
Pues los problemas son iguales. Si comértelos (solucionarlos) de golpe no es viable, trocéalos (redúcelos a problemas más pequeños).
5. Los elefantes se comen antes con ayuda
He encontrado por ahí un sitio que dice que, a medio kilo de elefante al día, tardarías 32.8 años en terminar de comértelo.
Si las matemáticas no me fallan, entre dos, el elefante duraría 16.4 años. Entre tres, 10,93 años. Etcétera.
Divide y vencerás… Y cuanto más dividas, antes lo harás.
Con los problemas, lo mismo. Buscar ayuda cuando no puede uno solo es una gran idea. Mejor aún: es una idea inteligente.
Que sí, que le puedes echar más horas buscando (y aprendiendo) cómo hacerlo, y comprar lo que necesitas para llevarlo a cabo. Pero, si es más fácil hacerlo con ayuda, ¿por qué no pedirla?
Nota: estamos hablando de cosas “tan poco simples” como cortar el chasis y soldar piezas que tienen que cumplir una serie de parámetros muy específicos para poder homologar la moto. Casi ná.
6. Hablar ayuda a dar forma a las ideas
Soy consciente que esta vez no he sido de gran ayuda para solucionar los múltiples problemas que han ido surgiendo. Lo único que he podido hacer es escuchar y, como mucho, hacer alguna pregunta.
Pero aquí de lo que se trata es de hablar, de argumentar, de darle forma a las ideas y a las dudas con palabras.
Y de liberar las emociones y las tensiones acumuladas por la frustración y la incertidumbre.
Cuando te enfrentas a un bloqueo mental, del tipo que sea, hablarlo con alguien que simplemente te escuche ayuda muchísimo.
7. Dejar en reposo los problemas acerca la solución
No se trata de dejar pensar en los problemas para que se solucionen solos. No. Se trata de dejarlos reposar, para olvidar y dejar pasar todo aquello que no nos deja fluir mentalmente.
Y también para que se produzca la asociación de ideas que te permitirá avanzar.
El “momento eureka” no llega mientras lo buscas. Llega cuando tiene que llegar.
No hay que agobiarse. Nuestra mente subconsciente sigue trabajando. La asociación de ideas llegará, tarde o temprano.
8. Cuando no puedes más, respirar hondo ayuda
Hemos pasado, cada uno a nuestra manera, por muchos momentos de eso de “no puedo más”.
Él, cuando no daba con la solución o no conseguía que las cosas funcionasen (ni a la primera, ni a la segunda, ni a la tercera, ni a la…).
Yo, cuando no podía más con la chapa que me estaba dando con la moto, que ni entiendo ni me interesa (aclaro: entendido esto como que no me crea curiosidad ni me despierta deseo de aprender).
La solución, en ambos casos: respirar hondo y calmar la mente.
Que alguna llave inglesa voló por los aires (él) y algún improperio rompió la magia (yo)… pues sí. Nadie es perfecto. Y de todo se aprende.
9. También ayuda observar en silencio
Cuando los problemas y la tensión se acumulan en la cabeza, se prepara una verbena de mucho cuidado. Y si con la verbena enfrente de casa no puedes pensar con claridad, si la tienes en la azotea, ya ni te cuento.
Antonia Scott (la protagonista de Reina Roja, by Juan Gómez Jurado) hablaría de calmar los monos de su cabeza. Tú llámalo como quieras. A mí los monos me van muy bien, y eso que no soy tan lista como Antonia (ni de lejos).
Si lo de respirar hondo te cuesta un poco, prueba a observar, sin más.
La moto, al que habla (aunque no pare de quejarse o de contarte lo mismo veinte veces)… a lo que sea.
Mirar. En silencio. Sin juzgar. Sin pensar.
Poco a poco la verbena se acaba y los monos se calman.
Esto y lo anterior tienen una explicación científica, no te vayas a pensar que me lo he inventado yo 😂. Y si meditas, te sonará, seguro. Te lo cuento otro día.
10. Simplificar empieza por recordar lo que de verdad importa
Simplificar los problemas, pero también simplificar la actitud, ha resultado fundamental para terminar el proyecto (él) sin morir en el intento (ambos).
Pero ¿cómo simplificas?
Recordando lo que de verdad importa. Por ejemplo:
Qué problema tengo que solucionar ahora, sin pensar en el que tengo que solucionar después.
Qué necesito hacer, por encima de qué me gustaría hacer y no puedo.
Qué puedo hacer y qué no.
Qué ilusión le hace la dichosa moto y qué feliz va a ser cuando pueda salir con ella a tomar las curvas con perfección profesional (y hablar con otros que sí entienden de todo lo que le ha hecho, con lo orgulloso que se va a sentir).
Qué sexy va a estar sentado en su moto friki, con su cazadora de cuero y… (esto mejor me lo guardo para mí).
Lo de la Cafe Racer
Te lo cuento en pocas palabras.
En la Inglaterra de los años 50 se puso de moda hacer carreras de café en café, que al parecer duraban lo que una canción de la máquina de discos (de esas que se ponían en la época, ponte en situación).
Para hacer las motos más veloces, los moteros hacían modificaciones en ellas, como eliminar elementos superfluos para hacerlas más ligeras y cualquier cosa que hiciera que sus máquinas fueran más rápidas.
Por si tienes curiosidad, la moto de la foto de arriba era originalmente así:
Para que no tengas que ir al principio, te dejo otra foto aquí:
¡Y esto es todo!
Hasta aquí el estreno de RodrigueZes.
Si quieres, puedes comentar. O responder desde tu email. O compartirlo. O guardarlo.
Por cierto, ¿ves el dibujo del corazón que hay un poco más abajo? Si lo tocas ¡se colorea! Y es señal de que lo que acabas de leer te ha gustado.
Para cualquier cosa, puedes encontrarme en mi página web, en evamariarodriguez.com.
Transformando una Yamaha Fazer 600 en una Cafe Racer
Yo tampoco sé nada de motos. Ni me interesan.
Pero ha sido muy entretenido "ver" este proceso de transformación y cómo has llevado el aprendizaje a tu terreno.
¡Me ha gustado, Eva! 😊